lunes, julio 19, 2010

NUESTRA CORDILLERA DE LOS ANDES
Enviado por Marcelo Sepulveda Oses el 12 Julio 2010
Mientras escribo estas notas, observo a lo lejos, tras la ventana, una cordillera blanca recién bañada por la nieve. De estar siempre allí, quizás no le asignamos la atención que merece.

Cuando visitantes extranjeros viajan por Chile, centran su atención en la exuberancia imponente de este macizo quien delimita nuestro territorio hacia el este, resguarda y protege el agua que regará las siembras, acumula glaciares milenarios, bosques, salares e innumerables riquezas minerales

Ya cantó el poeta a la cima más alta de los Andes, el Aconcagua de 6959 metros de altura. Los volcanes, de pronto y a toda prisa, anuncian su presencia bramando lava, piedras encendidas y ceniza.

No podemos desconocer su existencia en el continente americano desde Venezuela al extremo sur del territorio austral. Hábitat y cobijo de importantes civilizaciones precolombinas: Incas, chibchas y araucanos. En un día limpio y claro, a simple vista, reconocemos el Descabezado Grande, el Longaví y el volcán Chillán.

En el siglo pasado, los arrieros viajaban con sus piños a las veranadas. Nuestra actual calle Pablo Neruda fue testigo del paso ruidoso de animales en viaje, una ruta conocida por los expertos campesinos del mundo rural quienes dejan familia y coterráneos durantes meses para enfrentar una tarea osada y plena de aventuras. Los Andes regalaban pasto tierno, alimento para el ganado, caballares y vacunos. Los abuelos protegen en la memoria estas grandes odiseas. ¿Cómo olvidar la ocasión en que se enfrentaron al león a mano limpia y sin una pizca de miedo…? Cuando la montaña ocultó el rastro del sendero o la muerte asedia en cualquier recodo del camino.

Esta, nuestra Cordillera de los Andes, cobija secretos, mitos y leyendas. Motivo central y argumento de magistrales cuentos de lectura obligada en las escuelas, historias que no podrán ser olvidadas…

Cuando aparezca el sol, depositemos una mirada atenta en el límite del cielo azul donde aquel abraza el cristalino blanco de la cordillera nevada, busquemos el copihue, el roble y el canelo, admiremos un picaflor o el vuelo a precisión del cóndor.

Este obsequio de la naturaleza debe ser un orgullo nacional y deleite para el habitante americano, aprovechemos hoy de dar cuenta de esta impresionante maravilla, ella está presente, en todo momento desde hace miles de años alimentándose del magma que levanta sus faldas…

Chile es cordillera, en ella fraguamos nuestro temple y condición, desde la distancia escribimos una postal pintada con el blanco más puro que podamos encontrar. Debemos respeto a su estirpe, cuidado de sus nobles hijos y admiración consecuente.

Marcelo Sepulveda Oses

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