Cuando ponemos atención en el constante proceder de nuestra sociedad, sometidos al ritmo vertiginoso del quehacer y trabajo diario, en una sociedad cada vez más individualista nos damos cuenta de las dificultades, problemas y necesidades de los otros. La pobreza se asume como un costo social, una realidad tangible, casualidad en un medio de probabilidades. En más de una ocasión, he escuchado el siguiente argumento ante la condición social de pobreza: “Así como existen las personas acaudaladas por consecuencia deben haber pobres.” Qué descarnada justificación de lo injustificable.
Me llama poderosamente la atención que en el mundo, en el día de hoy, la cifra de seres humanos que viven por debajo de la línea de la pobreza reúne a 1.200.000.000 millones de personas y recalco 1.200 millones de personas quienes no disponen de alimento que les permita sobrevivir, insisto en esta condición no se alimentan ni siquiera para sobrevivir. Mientras, en los países desarrollados, se pierde altos porcentajes de alimentos, toneladas de comida manipulada que son desechados en la basura.
Sabemos que la educación, el conocimiento y el acceso a la cultura son una oportunidad de romper el círculo de la pobreza, que es imperativo generar una mejor distribución de la riqueza. Destacamos la prioridad de institucionalizar rentas y salarios mínimos que se aproximen a los salarios éticos de que muchos hablan, pero los ricos y poderosos no pretenden renunciar a sus innegables fortunas millonarias y desproporcionadas ganancias económicas, viven y habitan en emplazamientos urbanos especiales lejos de la miseria, observan las barriadas y las poblaciones en reportajes de televisión, señalan a los habitantes de los barrios como delincuentes, drogadictos y flojos.
Entonces, es propio recordar las palabras de Señor Cristo: “Deja todas tus riquezas y sígueme” o las maravillosas bienaventuranzas o su apego a la caridad y solidaridad cristiana. Imitemos al Padre Alberto Hurtado y pongamos en práctica sus acciones concretas ejecutadas en el “Hogar de Cristo.” La Iglesia pregona una acción preferente por los pobres, no sólo ir al templo y oran por los más necesitados, sino que ayudar a superar la pobreza desde el génesis de tal problema: La pésima distribución del acceso a los bienes; sólo así, estaremos cumpliendo con el mensaje de Jesús.
Todo hombre y mujeres de buena voluntad, todos aquellos que luchan por la justicia debemos trabajar incansablemente para superar la pobreza, erradicar la indigencia, ofrecer oportunidades ciertas de educación y cultura. “Los pobres no pueden esperar.” Chile del bicentenario no podrá alzar su rostro digno si en las calles y caminos de Chile los pobres continúan transitando en la miseria y el abandono más absoluto.
Marcelo Sepulveda Oses
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