Enviado por Marcelo Sepulveda Oses el 28 Jul 2009
La raza humana, habitante del campo o la ciudad, sometida a un sin fin de realidades complejas, atesorando el concepto tiempo escaso y relativo, en ocasiones, impresionados por los acontecimientos diarios y cotidianos, a veces, cansados, arrastrando sentimientos incomprensibles, obligados a cumplir con las tareas domésticas y rutinarias, debemos concentrar nuestra mente y espíritu en un futuro difuso, preocupados del “qué hacer,” de programar nuestro proyecto de vida para concretar un modo de existencia, ejecutar nuestra vocación y desplegar todas nuestras habilidades y destrezas.
En el tráfico congestionado de carreteras y autopistas, en el vértigo de la ciudad, en la era tecnológica y del avance científico, en el campo y el mundo rural es perentorio retrotraernos, mirarnos a sí mismo para desplegar una suerte de adaptación a los cambios impetuosos del nuevo tiempo, la nueva era, el nuevo siglo. Por tal motivo, en la particular representación del ser humano, único e irrepetible, se concentra un caudal de sensaciones, estados de ánimo, sentimientos, deseos, esperanzas y conjeturas contradictorias. Cada uno de nosotros encarna un universo personal y propio que entra en relación con los otros a través de la comunicación, medio de expresión exclusivo del ser racional, pues vivimos en sociedad, en una orgánica social intrincada, convivimos con otros seres de nuestra misma especie.
Nuestro diario vivir transcurre sobre la base de un gráfico permanente, de cimas positivas o negativas variables. Por ejemplo, durante un día común en la vida de cualquier hombre o mujer, pasamos, rápidamente, de la alegría a la tristeza, del amor al odio, del miedo a la calma, del dolor y el temor a la esperanza y la armonía, y así, acumulamos, durante períodos breves de existencia, acciones, situaciones y conflictos de múltiple origen y determinados por los vínculos que establecemos con los otros. Por tanto, será menester validar relaciones pro-activas para con aquellos seres humanos que nos rodean, cuidar y resguardar la armonía y el equilibrio en nuestra frágil y delicada existencia, fortalecer los vínculos positivos en el diálogo cotidiano con nuestros semejantes.
El mundo moderno y su vertiginoso proceder no regalan tiempo para reflexionar, meditar, planear u organizar nuestra existencia, vivimos presionados por el constante “hacer,” confundidos en cientos de tareas inmediatas que requieren atención; por tanto, regularmente, descuidamos la observación inmediata de cada acción personal la que, a su vez, provoca o produce nuevas e intrincadas decisiones. Debemos aprender a convivir en un constante péndulo que determina los estados de ánimo fluctuantes para intentar hacer una vida más feliz. Somos el resultado final de personas en convivencia en un mundo lleno de cambios y transformaciones.
Marcelo Sepulveda Oses
No hay comentarios.:
Publicar un comentario