martes, septiembre 09, 2008

DESASTRE EN LA ARAUCANÍA
Enviado por Alejandra Gallero Urizar el 10 Sep 2008
Todos hemos sido testigos del daño que han provocado las intensas lluvias que azotan, desde el sábado 30 de agosto pasado, en especial, a la Región de la Araucanía. Derrumbes, anegamientos de casas, calles y cortes de caminos han dejado un saldo de cuatro muertos, 200 personas refugiadas en albergues y cerca de 6.000 personas aisladas, según informes del Comité de Emergencia Regional y del alcalde de Temuco don Héctor Figueroa.
Pero, no es primera vez que escuchamos noticias como ésta ni que vemos en las pantallas de nuestros televisores la desgracia en carne y hueso. Se trata de una región cuyos índices de aguas caídas por año son altos. Este año efectivamente sobrepasaron su propio record.
Frente a un hecho que en menor o mayor medida se presenta habitualmente en algún lugar de Chile, me asalta la duda respecto a si es la madre naturaleza la única culpable de estos desastres. La respuesta me resulta evidente: la manipulación de la naturaleza que ha venido haciendo el hombre desde hace muchos años está cobrando su costo.
La zona sur de Chile, justamente por los altos índices de agua caída, se ha caracterizado por tener amplias zonas de bosques nativos que amparan bajo su sombra abundantes y variados tipos de helechos y diversas plantas. Es decir, todo un ecosistema diseñado para el clima de la región. Las consecuencias de la destrucción de esa cubierta vegetal original son significativas. Estudios realizados en cuencas hidrográficas de igual área demuestran que, ante una lluvia de la misma intensidad, una zona deforestada experimenta caudales máximos de crecida muy superiores a la de una cuenca forestada. La razón es simple: En el suelo con vegetación esta interfiere la lluvia, aumentando la tasa de infiltración al subsuelo y disminuyendo los tiempos de concentración del agua en cualquier espacio. Por lo tanto, lo que las grandes inundaciones de este invierno nos revelan con descarnado dramatismo es el costo social y económico de las intervenciones no planificadas del ser humano sobre su entorno natural. Esta planificación sólo considera el beneficio económico, desplazando cualquier consideración respecto al efecto que en el mediano y largo plazo tendrán sus acciones.
La naturaleza es sabia, bien lo sabían nuestros indígenas. Para ellos la lluvia era una bendición que permitía que los cultivos se desarrollaran, por eso ella representaba vida y salud para su gente y para sus animales.
Tenemos organismos eficientes que van en ayuda de quienes han perdido sus casas y de aquellos que han quedado aislados. Distribuyen elementos de abrigo, medicamentos y todo cuanto pueda paliar en parte la desgracia de que son víctimas. Lamentablemente, si bien es cierto que esa intervención es necesaria, no hace sino “tapar el sol con un dedo”. Mientras no se restrinja la tala de bosques, mientras se continúe destruyendo lo que la naturaleza tan sabiamente creó, noticias de desgracias como lo ocurrido en la Araucanía seguirán apareciendo en nuestras pantallas de televisión y serán cada vez más graves.

Alejandra Gallero Urizar
parralina@yahoo.com

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