Enviado por Luis Espinoza Olivares 14 abril 2016
De verdad, las consecuencias que nuestros actos
tienen sobre los demás en el ejercicio de nuestra libertad, es una interrogante
que cada uno de nosotros debe responder, según nuestro propio grado de madurez
y conforme a las normas sociales que nos rigen. Lo concreto es que la libertad
individual está sujeta a los cánones de comportamiento social y colectivo. No
puede cada cual hacer o decir lo que quiera, sino es en función de lo social y
colectivamente aceptado. Esto es válido para cada una de las acciones humanas,
las que tendrán aprobación y rechazo del colectivo según sean las normas que
rijan a una sociedad determinada. Este es otro aspecto a considerar: no todas
las sociedades humanas se rigen por las mismas normas, de manera tal que una
persona puede actuar correcta o incorrectamente, según el modelo social en el
cual esté inserta.
Existen algunas situaciones mínimas a considerar en
el ejercicio de la libertad humana.
Primero: en toda sociedad moderna, la estructura
social debe asegurar a cada persona la posibilidad de ejercer sus derechos
cívicos básicos, como el derecho a expresión, a movilizarse por el territorio
nacional, el derecho a la legítima defensa legal, etc. Sin estos derechos, no
existe la más mínima libertad.
Segundo: la libertad no es sinónimo de libertinaje.
Cada cual debe conocer sus más mínimas obligaciones sociales. Este es el punto
de partida para el sano ejercicio de la libertad individual. No es posible que
se quiera hacer o decir lo que se quiera en nombre de la libertad. Ella pasa
necesariamente por un alto sentido de responsabilidad en los dichos y acciones,
de manera que no se pisotee la libertad de los demás. Cuando existe plena
responsabilidad de los actos realizados y de los deberes establecidos, mayor es
el grado de libertad individual.
La libertad no es la caricatura de un hombre
corriendo en cámara lenta por una playa paradisíaca. Esa es una imagen, que
puede o no coincidir con la real libertad. La verdadera libertad está dada por
un espíritu abierto, pletórico de valores morales que son un aporte al resto de
la sociedad. La libertad se construye en un espíritu crítico constructivo, en
el cual los derechos individuales se conjugan con los derechos colectivos, a
partir del cumplimiento de los deberes y obligaciones que la sociedad exige.
Quien no es capaz de cumplir con los deberes sociales será siempre un esclavo
de sí mismo, atendiendo al espíritu gregario del ser humano. Distinto sería si
alguien viviera solo en una isla abandonada: allí solamente respondería a sí mismo
y no cabría el ético deber de cumplir con lo que la sociedad exige.
La ansiada libertad también podemos lograrla
dejando que nuestro intelecto y nuestro espíritu vuelen sin ataduras, pero
dentro de las mínimas normas que la moral y las buenas costumbres nos exigen.
Cuando ello no ocurre, en vez de ejercer nuestra libertad, estaremos
transitando caminos de libertinaje y dañando seriamente la libertad de otros.
Alguien dijo: “mi libertad termina donde comienza la
libertad de los demás”.
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