Enviado por Luis Espinoza Olivares 17 marzo 2016
UNA CANCIÓN DE ESPERANZA
Una canción de esperanza se asoma en nuestras ventanas. Un
rayo de sol nos visita cada día. Un pedazo de luz nos invita a abrir nuestros
ojos para ver cada día distinto… Nada nuevo bajo el sol, solo que cada mañana
es diferente…
Otro día y otro
día… y luego llegará otro… Todo parece tan rutinario, tan repetido… Es el ciclo
de la vida… Quizás si los seres humanos nos dimos cuenta de ello cuando se
inventó el calendario, cuando los exactos números nos comenzaron a recordar que
cada uno de nosotros empezó a morir desde el mismo instante de nuestro nacimiento
y que cada uno envejecerá de manera inexorable…
Todo nace y se
termina. Es una ley natural que nadie puede alterar, solo Dios con su mensaje de
Vida Eterna puede variar esta cíclica sentencia.
Ahí está la
belleza de nuestras vidas, la hermosura de nuestra existencia. Así lo
entendieron quienes ya no están a nuestro lado, quienes ya partieron para
mezclarse allá arriba con las eternas constelaciones, con las imperturbables
estrellas que desde el inicio del Universo pestañean sin cesar para recordarnos
lo pequeño de nuestra humana vida.
Solo estamos sobre la Tierra para continuar un plan que
algún día se inició. Solo somos parte de una cadena de vida que continuará por
siempre, con nosotros o en nuestra ausencia. Doble misterio: somos de un
tremendo valor y, a la vez, casi no significamos nada. Las dos cosas al mismo
tiempo: somos parte del tiempo, de nuestro tiempo, tiempo compartido entre éxitos
y fracasos, entre penas y alegrías, que tarde o temprano serán cubiertas con el
suave manto del silencio.
¡Entonces otro día
es otra oportunidad para alcanzar la felicidad, aquella que está al final del
camino, de nuestro camino!
Y en nuestro
tránsito terrenal, solo una cosa nos hará recordables y trascendentes: es la
semilla que hemos sembrado, semilla esperanzada o semilla del desencanto…
Ese es nuestro
destino: andar y andar en la huella para soñar con los ojos fijos en las
estrellas… Somos humildes labradores de nuestro propio tiempo, como lo hicieron
nuestras anteriores generaciones… Manos abiertas, ojos expectantes: así somos,
ansiosos de atrapar un trozo de tiempo que cada año se nos va como el agua
entre los dedos.
Entonces, que
cada día nos entregue la serena convicción de saber que pasaremos por este
tiempo buscando la verdad y la bondad en cada uno de quienes nos rodean, tomando
de las constelaciones la energía celestial que nos proyecte hacia la
trascendencia.
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