El hombre de hoy se ve enfrentado a una suerte de crisis permanente, desde todas las áreas del conocimiento y el desarrollo humano nos apropiamos de diversos conflictos y situaciones difíciles que es menester enfrentar. Demás está reiterar sobre los efectos provocados por el sobrecalentamiento global y el cambo climático, temas abordados por esta columna. Si me lo permiten, quisiera referirme a aquellos dominios específicos en la vida cotidiana de las personas, cómo el desarrollo, crecimiento económico y acceso relativo a los bienes de consumo han generado cambios y modificaciones estructurales en la psicología de las personas y la forma de abordar los problemas.
A pesar de nuestra distancia con las grandes ciudades y una vida cotidiana ligada al trabajo en el campo y la vida rural no estamos ajenos a los efectos de la globalización, la pérdida de la identidad, un sentimiento de desazón frente a la soledad que invade nuestra existencia y el concepto genérico del día a día en la expresión “No tengo tiempo”, “Me falta tiempo”.
Trajinamos sin tregua en el afán de ganar dinero para acceder a la adquisición de bienes y servicios lo cual, muchas veces, produce desarticulación de las familias, atomización extrema de cada uno en sí mismo sin preocuparnos por el otro que viaja a nuestro lado. La violencia se acumula en un proceso metódico, reservamos niveles de ira que en algún momento explota sin control. Al responder cualquier interrogante, ponemos de manifiesto nuestro desgano, no aceptamos al otro tal cual es, sino que más bien, deseamos repetir automáticamente los modelos validados en nuestra experiencia individual sin permitirnos la posibilidad de múltiples matices a la hora de recurrir a la solución de problemas que nuestros vecinos han experimentado. “No tengo tiempo” para escuchar y atender al próximo, más aún, no me interesa conocer sobre sus personales puntos de vista o las dificultades que le propone el diario vivir.
Hemos modificado las estructuras mentales y de pensamiento, ya no somos los mismos. Apreciamos el costo-beneficio en un ir y venir de transacciones, compra-venta, comercio y lucro. No importa ser mejor calificado, perfeccionarnos, asumir la educación y cultura como una necesidad urgente; por el contrario, damos valor al éxito volátil que nos ofrece el dinero y el poder. Viajamos al resguardo de nuestros pequeños mundos personales, preferimos la mofa y la burla ante el fracaso de nuestros semejantes. Defendemos los conceptos y criterios personales como verdades absolutas, incuestionables sin reconocer la posibilidad de razón o certeza en las propuestas del otro. Con paciencia, aprendamos a escuchar a nuestros vecinos, quizás en la simplicidad de un pensamiento distinto encontremos respuesta a nuestras interrogantes fundamentales sobre la vida y todos los avatares que nos ha correspondido vivir.
Marcelo Sepulveda Oses
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