Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 10 abril 2017
El
mundo cristiano, durante esta semana, celebra la Semana Santa, una semana
especial y de devoción particular cuando recordamos a el Cristo, Hijo de Dios,
Hermano nuestro, Mesías y Redentor, aquel quien donando su vida terrenal nos
abre las puertas del cielo para alcanzar la Vida Eterna en el paraíso de Dios
Padre.
Cuando
la sociedad moderna se deja esclavizar por el odio, la violencia, envidia y
rencor, cuando alejamos nuestros pasos del sendero del bien, la cordura y el
entendimiento, cuando nos cegamos ante el despotismo, materialismo e
individualismo extremo, cuando abandonamos la mesura y agredimos sin sentido a
nuestros semejantes, cuando alabamos el dinero y el capital como vehículo
primordial para alcanzar el éxito y la felicidad, cuando negamos a niños y
jóvenes la oportunidad de creer en un mundo mejor basado en el servicio al
prójimo y el amor a cada semejante; cuando la mentira, el engaño y la falacia
inundan cada rincón de este planeta, cuando la guerra y el terrorismo se
abalanzan sobre nuestro planeta; entonces, el Cristo crucificado en redención,
quien tributa su vida por la humanidad y nos abre el camino a la resurrección
alcanza vital estado de gracia y nos reúne en torno al mensaje santo de vida
eterna en el Reino de Dios.
Hoy
en día, el hombre debe proclamar las enseñanzas de Jesús, aquel mensaje de amor
y paz que viene a iluminar nuestro sendero en la tierra, capacitarnos para
encontrar el estado de gracia en el perdón de nuestros pecados, en la
reconciliación y en el compromiso de no volver a pecar. Asumimos certeza de
nuestra condición humana imperfecta, pero que puede dirigirse al encuentro
vivificador del perdón ante la falta cometida, más aún, cuando el mundo moderno
nos seduce en múltiples y variados estados de pecado, expuestos a la tentación
del mal por doquier, limitados en nuestras acciones por la sociedad de consumo
que agrede sin distinción asignando valor a las cosas por sobre la condición
humana, al tener antes que dar al otro sin distinción de género, clase social,
raza, filiación política, religión y tantas otras, entonces el perdón viene a
nuestro encuentro, perdonar y ser perdonado.
Semana
Santa es un tiempo de quietud, esperanza y armonía con la divinidad, reflexión
en torno a las enseñanzas del Maestro Jesús, el carpintero nacido en Belén, el
constructor de una nueva sociedad fundada en el amor como sentimiento
primordial, la entrega desinteresada, el perdón y la esperanza.
Aguardamos
mejores tiempos, una mejor sociedad, un mundo feliz en el encuentro, en la
caridad y solidaridad ante el que sufre, misericordia y por sobre todo, redención
en una nueva vida más allá de la muerte.
Templemos
nuestro espíritu en la concordia, seamos generosos ante el desvalido,
prodiguemos auxilio al que se enfrenta ante desafíos insostenibles, eduquemos a
niños y jóvenes para que alcancen la plenitud, crezcan y se desarrollen bajo el
amparo de Dios, protejamos y cuidemos a nuestros adultos mayores, demostremos
lealtad a las enseñanzas de Jesús, pongamos en práctica su palabra, seamos
misioneros de la Buena Nueva, prediquemos la oración para alcanzar la plenitud
de nuestro espíritu.
Sea
Semana Santa un tiempo de vigilia, estar alerta a los signos de los tiempos,
acompañar a Cristo en su pasión y muerte para regocijarnos en su resurrección,
vencer el mal, procurar el encuentro en la concordia, mitigar el dolor de quien
sufre en el abandono, regalar sonrisas y nuestra mesa al desamparado, valorar
la entrega desinteresada de quien auxilia al vagabundo y mendigo, del que
escucha al doliente, de quien hace oración para pedir por una santa sociedad de
hermanos en el amor.
Semana
Santa en perdón y la esperanza para que todos los hombres de buena voluntad
alcancen la salvación en la luz del Espíritu Santo y el sacrificio del Hijo de
Dios, dejemos ataduras, aquellas que nos doblegan ante el sin sentido del mundo
moderno plagado de lujuria y discordia, anunciemos la tierra nueva y el paraíso
del santo cielo.
Apresuremos
el tranco, pues de improviso y sin aviso, se nos puede venir la muerte y nos
atrapa en el pecado, busquemos afanosamente el estado de gracia en la
reconciliación con Dios comprometiéndose a no volver a pecar. Esperemos la
bendición del Padre ante nuestros actos de entrega y servicio, mitigando el
dolor de quien sufre, acompañando al desvalido y predicando el mensaje de la
vida de fe cristiana a todo hombre y mujer de buena voluntad.
Que
Dios nos ampare, nos permita alcanzar la resurrección y la gloria, que
purifique nuestro corazón y nos reúna en
el amor y servicio de Jesús el Maestro resucitado.
En
esta semana Santa, el cristiano debe hacer oración, leer la palabra de Dios y
por sobre todo, realizar caridad y buenas obras para aguardar confiados en la
redención. Que sea un tiempo de reflexión, adoración y fe para construir un
mundo más humano y pleno de encuentro en el perdón y la esperanza de una mejor
vida.
Marcelo Sepúlveda Oses
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