Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 23 abril 2017
Cada vez que despierto
agradezco al cielo por asumir la confianza de un nuevo día, el amanecer,
entonces, más precioso, no importa si está nublado o si el sol se despeina tras
mi cordillera para anunciar un nuevo día de calma y quietud, o la vorágine del
quehacer atolondrado en el ruido de la calle y el tráfico.
Pero mientras duermo,
la inconsciencia alborota mis sueños, se crean parajes intrépidos, colores
nunca vistos, seres desproporcionados, a ratos monstruosos o querubines a punto
de ser ángeles recién bautizados. Quizás la noche puede dislocar el
pensamiento, quizás los sueños aflojan disparates innumerables, pero, después
de tanto quehacer, se viene el día para continuar con la faena, se debe
abandonar la languidez del espíritu flotando entre margaritas y azucenas para
asumir la vigilia como un nuevo desafío, para transitar los senderos recónditos
del día a día, a ratos enamorado, a ratos desprovisto y sin coraza.
De pronto, la poesía
flota entre palabras que se vinculan unas con otras, imágenes apenas
descubiertas en el beso de mañana que deja sobre mi espalda la mujer que amo,
ella desprende caricias y nostálgicos deseos, ella acompaña e ilumina, templa
el ánimo cuando la borrasca parece nublar el camino, cuando la tarde anuncia
oscuridad y de vuelta al camino de los sueños, a la mansedumbre en el intervalo
de un suspiro que trasciende a lo inmaterial.
Parece que la vida
transcurre de día, parece que los sauces desprenden sus lágrima sobre tierra
fértil y que la luz ilumina todo en el verdor de la pradera. Amo la noche y amo
el día, amo mis locuras y las tuyas, discrepo ante la lógica, niego las
verdades a medias, cuento la historia según me contaron, apilo leña seca para
el invierno, guardo miel y mermeladas caceras, elijo mi corbata y mi armadura
para enfrentar la calle y sus inquietudes, peino mi rostro como la primera vez,
pues los ojos alcanzan a medir la distancia entre unos y otros, somos seres en
búsqueda perpetua y quizá la muerte nos sorprenda sin aviso.
En mi mesita velador
están guardadas todas las nostalgias, aquellos camino intransitivos, la soledad
que hirió la pena para dejarme a la berma del camino como si fuera una
luciérnaga apagada. Entonces callo, medito en si mismo, rompo las cuentas de un
rosario y pido pan nuestro de cada día.
La noche alborota el
festín de amantes que se arropan entre las cobijas, deja a los ruiseñores
descansar en la floresta, a la luna aparecerse vestida de amarillo y azafrán, a
las nubes juguetonas del sur descargar su mineral lluvia de gotas, apagar los
motores en la lejanía y escribir versos apenas recién aparecidos en la comisura
de los labios.
Mañana podré despertar,
si Dios lo permite, en el mismo sitio de la cama, dibujar un colibrí en la
pantalla del televisor, nombrar las estrellas como me parece y ahogar la
nostalgia en un recipiente de arcilla, mañana diré buenos días entre una
sonrisa, afeitaré mi barba y peinaré mis cabellos, es otro día en el paraíso.
Espero un tazón de
leche tibia y el pan candeal del negocio en la esquina, espero madre selvas y
tulipanes, ahogar la melancolía y desparramar letanías a la madre y su hijo que
reposan junto al padre. Espero de tu mano el abrigo, de la tempestad la calma,
del ruido el silencio y de la vida una muerte tranquila.
No me animo a dejar la
verdad tendida frente al misterio, ni la calumnia sin castigo, prefiero despertar
a quedarme dormido en el sueño, negar mi pecado y arrepentirme, rezar letanías
y empezar la aurora a los maitines.
Gracias sean dadas al
Padre Todopoderoso, Señor de cielo y tierra, único omnipotente, creador
infinito que hoy descansa en día domingo. La fe abunda en el dolor y la
tragedia, pero se arrincona cuando la dicha nos acompaña, entonces, estar
dispuesto a creer más allá de lo intrascendente e imperecedero, ser discípulo
fiel y fiel compañero, total nuestro camino en la tierra es a veces un leve
suspiro.
Desvestiré cada manzana
para gozar su pulpa, membrillos y nísperos, frutos maduros que asechan mi mesa
y el vaso de vino que alzo en mi copa. Partiré, estoy seguro, pero mis palabras
en algún rincón del planeta quedarán sembradas como azucena e higos.
No retrasen mi marcha,
camina junto aquí conmigo, sé que llegaremos, que alcanzaré el destino, que de
tanto en tanto alguien ríe y goza al frente de mi postigo, que soy una porción
de hombre inconclusa y puedo ser un verdadero amigo. No niego mi falta, cual
cualquiera la ha vivido, pero me distraigo entre el vértigo de ser un buen
amigo. Coge estas letras, deja madurar el trigo y para la próxima temporada
habrá harina que a todos despertará apetito.
Dejé fluir la noche
para hablar contigo, para nombrarte princesa y lucero en el confín, amigo,
pionero, sacerdote y sultán, alguien con quién charlar desde este lado del
escrito. Que descanses, te lo tienes merecido, quizás habrá un mañana después
de estar dormido.
Marcelo Sepúlveda Oses
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