Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 18 abril 2017
Veo esperanza en un
mundo mejor, el hombre debe proponerse caminar hacia una sociedad justa,
equitativa y solidaria, donde los más necesitados y desvalidos encuentren una
mano amiga que les conduzca entre la maraña del odio, la guerra y la ira;
debemos respetarnos mutuamente, aceptar las opiniones divergentes, una crítica
constructiva, modelo dispares de pensamiento político, religioso y social,
diferentes posibilidades de interpretar el mundo real que circunda a nuestro
alrededor, aceptar la diferencia, comprometerse con el respeto pon el otro,
defender la vida bajo todas sus manifestaciones, aguardar mejores días en una
aldea global más feliz.
La felicidad viene a
nosotros de la mano del encuentro, de apreciar las maravillas que nos otorga
este mundo, relajarnos en el medio ambiente puro y cristalino que nos va
quedando, aprender a convivir en la diferencia, construir lazos y vínculos
sostenibles entre seres humanos de diversa raza, color de piel o nacionalidad;
hoy el planeta tierra y la humanidad se reúnen en comunidades mundiales que
pretenden el desarrollo y el bienestar, pero que no da oportunidades
igualitarias a cada hombre y mujer, pues el poder, el dinero y la codicia
determinan las relaciones económicas, siempre existe la necesidad de cada quien
y los recursos para sostener la adquisición de medios que nos permitan
satisfacer aquellas cosas que se requieren para llevar una mejor existencia, el
mercado opera bajo el concepto de la oferta y la demanda, factores que
determinan la fijación de precios para que el ciudadano común pueda adquirir
aquellos instrumentos que requiere para proveer todas sus necesidades.
A veces, dilapidamos la
vida de comunidades enteras, sometemos a los más débiles a carencias vitales
fundamentales, quienes no pueden satisfacer aquellas demandan más importantes y
por tanto surge la pobreza y la desigualdad entre quienes poseen mucho y otros
muchos que poseen muy poco, esto es necesario corregir, preocuparnos de otorgar
un salario justo a cada trabajador, por menor que sea su función en el mundo
laboral, cubrir sus requerimientos fundamentales de alimento, abrigo y goce del
tiempo de ocio. Así también, preocuparnos de nuestros adultos mayores que en
muchos casos deben recibir pensiones de miseria que no les permiten adquirir
los bienes mínimos para un pasar digno.
Si observamos a nivel
global podemos darnos cuenta que los países se enfrentan en guerras sin
cuartel, peleando por la hegemonía, el dominio de territorios y los bienes
naturales que producen ganancias en el
mercado. Hoy en día, es prioritario decir no a la guerra y el enfrentamiento,
buscar nudos vitales de encuentro y acuerdo, respeto entre estados y personas,
cuidar a quienes son más desvalidos: niños, mujeres y adultos mayores, ellos no
merecen el enfrentamiento que al fin de cuenta genera muerte y desazón.
Seamos depositarios de
una mirada global, esta pequeña nave viajera que nos cobija, que pudo ser un
paraíso, pero que el mismo hombre a destruido, contaminado y dañado casi irreversiblemente.
Aún, aguardo esperanza, la mente destructora puede acercarse al
conocimiento del bien común como bandera
de lucha, aplacar el odio y la violencia, mitigar los daños que a diario
comentemos contra el planeta, cuidar el edén dado en gracia para que nuestros
hijos, nietos y bisnietos puedan habitar una aldea global que nos cobije en el
amor, la templanza y la armonía, que nuestro paso por el planeta sea recordado
por las buenas obras que realizamos, la caridad que practicamos y el bien hecho
a cada semejante.
Hay días que sueño con
la paz sobre la tierra, la concordia entre estados y gobiernos, el apego a las
buenas costumbres y los valores trascendentes descubriendo una moral
intachable, compartiendo de mi pan un pedazo, acompañando al huérfano y a la
viuda, sanado las heridas de quien sufre, agotando mis fuerzas en la
consecución de la concordia, reconocer que somos seres pasajeros y en tránsito,
herederos de este mundo para transformarlo y conducirnos hacia el bienestar de
todos y cada uno.
Prefiero el niño
aprendiendo a leer que cargando un fusil, al anciano en el cobijo del hogar que
mendigando por las calles, la sonrisa feliz de un pequeño que juega, el
espíritu libre de quien disfrutar el amor de la familia y la herencia de
mejores tiempos, debemos compartir en
comunidad, aprender a escucharnos unos a otros, ser fieles a nuestros
principios fundamentales para restaurar la sociedad del amor.
Deja que los niños
vengan a ti, deja que el agua pura y cristalina de los manantiales riegue nuestros
campos para que la semilla sea fruto y cosecha abundante, escucha el piar de
las aves y la brisa del viento sur en otoño.
Mañana será un buen día
para empezar a construir el mundo mejor que todos esperamos, donde reine la
concordia y el afecto, la paz y el amor. Es posible, tenemos a nuestro alcance
las herramientas que nos permitan arman un nuevo trato para una nueva sociedad,
de cada uno de nosotros depende, cada quien en su lugar en el entramado social
y con sus propias responsabilidades.
Marcelo Sepúlveda Oses
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