Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 02 noviembre 2016
Alguien escribió: “Descanse el alma
dormida” y yo agrego, en algún lugar del infinito, allí donde la paz y la
armonía fueran hálito y calma para aquel que transitó esta tierra en gran afán
y concordia. Vida y muerte nos acompañan sin permitirnos esquivar alguna de
ellas. Nacemos para morir, por tal, resguardamos a nuestros deudos en el
Cementerio, en una ánfora o perdidos sin remedio en algún lugar de nuestra
aldea. Entonces, nos ponemos de acuerdo para recordar a nuestros fieles
difuntos, les visitamos, regalamos una flor y nuestra oración para quienes
somos cristianos.
Hoy, recuerdo a los míos que ya
partieron, no mencionaré sus nombres, ellos me pertenecen, como le pertenecen a
cualquiera en este lado del mundo occidental, lo importante y crucial es no
olvidarlos, aunque el tiempo pase sin remedio, son parte de nuestra historia
personal y que sano y prudente es celebrar un día al año para rememorar su
nombre, estampa y figura.
De seguro, a muchos les agradaría
que alguien les recordara, o más aún, que nuestra historia personal dejara una
huella, una acción, un resultado de nuestro quehacer digno de ser considerado.
No importa la labor o tarea que desempeñemos, no importa el lustre de nuestros
actos. Dejar una semilla, esa semilla que donará un fruto, aunque pequeño e
insignificante en su valor, tal lo pesará la historia y se almacena en la gran
bóveda de la vida y la muerte. Allí, en lo desconocido, en lo intricado del
infinito.
Sé, por experiencia, que el dolor
nos aflige cuando falta alguno de nuestros cercanos, que pareciera cubrirnos un
manto de tristeza, como cuando, en noche cerrada de invierno, el estruendo de
truenos y el relampagueo hacen presa del clima y pareciera como si todo
estuviera a punto de colapsar a nuestro alrededor. En la pena aflictiva de la
despedida, cuando las lágrimas ruedan por nuestro rostro como perlas
diamantinas, cuando creemos que el cielo se destruye en pedazos, cuando no hay
consuelo, entonces, asignamos valor a la vida, a esta existencia terrestre tan
breve, como un pequeño suspiro en el inmenso espacio desconocido.
Hoy, cuando tantos nos encontramos
en el Campo Santo, cuando dedicamos unos instantes para estar con los nuestros,
asignamos valor la vida, este minuto de existencia que se nos regala sin medida
ni distancia. Allí, están sus nombres inscritos en la lápida como una oración
que no concluye, pues otros transitamos tras sus pasos, llevamos el mismo
destino, el misterio de nuestra existencia.
Agradezco este tiempo dedicado a
nuestros difuntos, estos días especiales en que la Iglesia y el Estado de Chile
honran a Santos y Difuntos, aclarando que el día 01 de noviembre es el día de
todos los Santos y el 02 de noviembre el día de los Difuntos, aunque en algunas
ocasiones estos se confundan a propósito del Feriado Legal de 01 de noviembre.
Al igual que tantos, me gustaría
dejar un pequeño legado, un sello e impronta que recuerde mi tránsito por esta
hermosa esfera azul que llamamos tierra, a mis amigos y cercanos, pero también
al estimado lector ocasional, aquel que se encuentra con mis escritos en los
diferentes formatos en que publicamos, ya que el don u obsequio del alto cielo
dado en gracia no debe ser escondido en tierra, sino que debe producir y multiplicarse,
pues, en algún momento, se nos tomará cuenta de nuestros actos.
Agradezco a mis padres por donar mi
vida, agradezco a mis maestros, aquellos que dejaron recuerdo en mi persona,
agradezco a mi esposa y a mis hijos, a todos quienes han sido mis alumnos en
tantos años de docencia y a todo aquel que encontré en el camino, entre todos
construimos la historia, primero la historia personal y en segundo término la
historia de nuestras comunidades.
Recordemos a nuestros antepasados
que duermen el sueño eterno, a los conocidos y a quienes ya olvidamos en la
fragilidad de la memoria, en algún lugar del inmenso universo, nos aguardan,
nos esperan y saludan, del mismo modo cual hoy, nosotros les recordamos y
saludamos en una oración junto a su tumba. Atentamente, para todos nuestros Deudos y Difuntos.
Marcelo Sepúlveda Oses
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