Enviado por Marcelo Sepulveda Oses el 23 Jun 2009
Desde antaño, los niños y jóvenes de la mayoría de las sociedades dependen de la enseñanza, formación y educación de las generaciones anteriores. Existe una suerte de traspaso, transferencia de conocimientos, cultura, modos de relacionarse con los demás, adquisición de conductas, habilidades, destrezas, normas, leyes, preceptos, entre tantos otros. Así, la sociedad encarga a la familia y las instituciones escolares la tarea prioritaria y fundamental de educar a los ciudadanos del mundo futuro.
Quienes trabajamos con jóvenes adolescentes, en mi caso particular como docente, podemos reestructuras diagnósticos, propuestas, resolución de problemas, análisis y síntesis, más o menos consistentes, sobre la relación directa entre niños y jóvenes escolares y en formación académica con la vida social, el mundo del trabajo, el desempeño individual en situaciones de conflicto, la planeación de proyectos de vida, definición de conductas y un sin fin de ejercicios sociales que deben ser resueltos a priori en el trabajo pedagógico.
Damos a entender que el joven requiere verse sometido a situaciones hipotéticas que promuevan experiencias nuevas, prácticas innovadoras, acceso a los medios de comunicación y especialmente descubrir el espacio abierto de la lectura, ya sea en textos escolares de formación, científicos, de literatura, entretención y otros, seguros que allí disfrutaremos de respuesta a los grandes cuestionamientos que se originan en la cotidianeidad del mundo actual en el siglo nuevo.
El adolescente requiere ser tratado con cariño y amabilidad sin descuidar la fortaleza y rigor de un trabajo pedagógico sistemático, planificado y atingente a cada una de las diversas realidades del mundo contemporáneo. Debe estar bien consigo mismo, sentirse amado en su relación con el medio y la sociedad. Debe descubrir sus sentimientos propios y personales, aceptar a los demás, saberse escuchado, ser optimista, honesto y sincero, tolerante y humilde, disfrutar de los pequeños logros de la vida, estar abierto a solucionar los imprevistos. Todo esto, se podrá adquirir, reforzar e integrar a la personalidad de cada individuo, en la medida que las instituciones educativas y de formación, como así también, la familia o los encargados tutores de los jóvenes asuman una participación activa y directa en el proceso de enseñanza aprendizaje, que los adolescente demuestren motivación, dedicación, empeño y constancia en el quehacer diario.
El fruto de años dedicados al aprendizaje y el estudio de las experiencias acumuladas por la sociedad vigente dará sus frutos en el largo plazo, cuando los que hoy se están formando a nivel escolar, familiar y social se transformen en hombres y mujeres adultos.
Quienes trabajamos con jóvenes adolescentes, en mi caso particular como docente, podemos reestructuras diagnósticos, propuestas, resolución de problemas, análisis y síntesis, más o menos consistentes, sobre la relación directa entre niños y jóvenes escolares y en formación académica con la vida social, el mundo del trabajo, el desempeño individual en situaciones de conflicto, la planeación de proyectos de vida, definición de conductas y un sin fin de ejercicios sociales que deben ser resueltos a priori en el trabajo pedagógico.
Damos a entender que el joven requiere verse sometido a situaciones hipotéticas que promuevan experiencias nuevas, prácticas innovadoras, acceso a los medios de comunicación y especialmente descubrir el espacio abierto de la lectura, ya sea en textos escolares de formación, científicos, de literatura, entretención y otros, seguros que allí disfrutaremos de respuesta a los grandes cuestionamientos que se originan en la cotidianeidad del mundo actual en el siglo nuevo.
El adolescente requiere ser tratado con cariño y amabilidad sin descuidar la fortaleza y rigor de un trabajo pedagógico sistemático, planificado y atingente a cada una de las diversas realidades del mundo contemporáneo. Debe estar bien consigo mismo, sentirse amado en su relación con el medio y la sociedad. Debe descubrir sus sentimientos propios y personales, aceptar a los demás, saberse escuchado, ser optimista, honesto y sincero, tolerante y humilde, disfrutar de los pequeños logros de la vida, estar abierto a solucionar los imprevistos. Todo esto, se podrá adquirir, reforzar e integrar a la personalidad de cada individuo, en la medida que las instituciones educativas y de formación, como así también, la familia o los encargados tutores de los jóvenes asuman una participación activa y directa en el proceso de enseñanza aprendizaje, que los adolescente demuestren motivación, dedicación, empeño y constancia en el quehacer diario.
El fruto de años dedicados al aprendizaje y el estudio de las experiencias acumuladas por la sociedad vigente dará sus frutos en el largo plazo, cuando los que hoy se están formando a nivel escolar, familiar y social se transformen en hombres y mujeres adultos.
Marcelo Sepúlveda Oses
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