Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 28 marzo 2017
Una comunicación eficaz
se sustenta en hablar y escuchar, leer y escribir, bajo tal premisa, la
posibilidad de diálogo se sustenta en respetar los turnos de habla, pero
también asignar valor al mensaje que se quiere comunicar para lograr establecer
un diálogo fluido y pertinente; pero, en ocasiones, queremos negarnos a la
oportunidad de alcanzar un diálogo respetuoso, más bien, tendemos a atacar a
nuestro interlocutor, a rebatir sus postulados, a criticar sus puntos de vista,
a dar por sentado que no me importa la intensión comunicativa de mi
interlocutor, sino, más bien, imponer mis propios criterios.
En nuestra sociedad
moderna se privilegian las comunicaciones, aunque el mundo digital y virtual ha
copado, casi sin darnos cuenta, nuestra convivencia comunitaria y de vinculación
con el otro. Se producen más discursos vía on line que conversaciones cara a
cara, requerimos estar conectados a la red global de comunicaciones, disponer
de señales de múltiples aparatos electrónicos, habitamos la era de las redes
sociales y hemos olvidado el diálogo en el encuentro.
Cuanto más altanera es
nuestra posición ante el otro, logramos menos aprecio en el que escucha. Si
pretendo imponer, sólo mis puntos de vista, al otro extremo del esquema básico
de la comunicación encontraré alguien que no está dispuesto a ser sometido a
criterios que no comparte, a opiniones que no lo validan, y a su propia
concepción del mundo en el cual habita; por tanto, es perentorio facilitar el
dialogo, a prender a escuchar, a respetar turnos de habla, a resolver
conflictos en la mediación de un acuerdo, a no enemistarse por una mala
palabra, una ofensa o descalificación; debemos lograr el entendimiento,
alcanzar armonía y quietud en el encuentro.
No dilapidemos aquella
virtud exclusiva del ser humano en esta tierra que se concreta en la comunicación
con el otro; el lenguaje nos permite humanidad, las palabras son caricias al
oído y deben serlo, pues la agresión violenta, en el lenguaje, asusta nuestro
estado de disposición al diálogo, agrede la sensibilidad y nos instala frente
al conflicto.
“Yo te entiendo,
entiéndeme tú” esa es la clave, aclara el entendimiento, según mi modesta
opinión, todo pasa por el sentido de comprensión, el ponerse en el lugar del
otro y facilitar el diálogo en la comunicación humana. No existe otra especie
en la tierra que pueda comunicarse con tal versatilidad, aquello que logra el
ser humano en el ámbito del signo, entendiendo signo como aquel que entrega un
significado para el interlocutor. El signo comunica de múltiples maneras,
señales codificadas, modos de habla, expresiones pictóricas, musicales, entre
tantas otras. Por tal, es recurrente tratar de comprender mensajes con sentido
pleno, escuchar el significante para establecer el significado.
Todo desarrollo y
evolución de la especie humana está ligada al lenguaje, el cual produce
investigación y aplicación de propuestas para generalizar conclusiones y
teorías, el avance vertiginoso del conocimiento se sustenta en el lenguaje, en
compartir opiniones para alcanzar acuerdos, para desarrollar nuevas propuestas
y para alcanzar la plenitud en la existencia, aunque, a veces, perdemos la
brújula en el hacer y nos negamos a la comunicación veraz, asertiva y
dialógica.
Hoy, en el mundo
moderno, hay sociedades que se desmoronan, están en guerra, no disponen de los
elementos básicos para la subsistencia, coartan las libertades básicas, imponen
criterios a fuerza y todo ello, bajo el concepto de una falta evidente de
diálogo para el encuentro, para establecer incomunicación o sesgo de esta
misma. Cuánto nos hace falta regular el encuentro en un diálogo eficiente y sin
condicionantes previas, el sólo acontecimiento de intercambiar los roles de
emisor y receptor para que el mensaje alcance al otro, sin determinar, a
priori, la evolución y el resultado de la comunicación que se pretender
establecer.
Ojalá, pudiésemos
convivir en armonía, sin descalificarnos o desinformarnos, aceptar la razón
posible en nuestro interlocutor, siempre, al final del camino, podremos llegar
a acuerdo, encuentro del uno con el otro, respetando sus razones posibles en el
diálogo, en la conversación o la charla.
Aspiro una sociedad de
diálogo y encuentro, un mundo en equilibrio, una aldea global en constante
evolución para beneficiar al ser humano, permitir aumentar grados de felicidad,
pues cada quien intenta ser más feliz en esta tierra. No neguemos la
oportunidad a quienes están o se sienten más desvalidos, ellos deben ser el
centro de nuestra atención, sobre todo niños y ancianos, a ellos debemos poner
atención y en definitiva escuchar sus necesidades, inquietudes y propuestas, no
dejarlos a la deriva, al arbitrio casual de la incomunicación por su condición
personal. Escuchar, aprender a escuchar y dar atención a quien está a nuestro
lado, aquel próximo en nuestra comunidad.
Diálogo en el
encuentro, acuerdo y respeto, sencillez y premura para dar respuesta ante
cualquier inquietud, todos somos hijos del mismo Dios y en definitiva personas.
Marcelo Sepúlveda Oses
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