Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 09 enero 2017
Una esfera de luz cruza el espacio,
alimenta la tierra con su vital energía, a veces, sólo notamos su presencia,
pero no damos virtud a su real y crucial importancia. El sol es fuente primaria
de vida para el reino animal, vegetal y mineral, son múltiples las
transformaciones químicas que se producen gracias a su poder inimaginable. Se
dice que el sol alumbra para todos sin distinción, pero la convivencia humana
propone distinciones ante la condición vital de cada quien, todos no somos
iguales, dependemos de un estrato social, de nuestro capital cultural, del
nivel de educación y tantas otras condicionantes que determinan nuestro
existir.
El sol es fuente primordial de vida,
nos acompaña cada día, no pierde su órbita, determina el día de la noche, nos
alumbra el camino. Germina la semilla, alimenta a los vegetales que luego serán
alimento, condiciona las estaciones del año, dependiendo de su distancia y
posición en la vía láctea, nuestro padre sol amanece cada día para brindarnos
la más sutil compañía. El sol propone un estado vital que no se produce en
otros lugares del universo conocido por el hombre, amanece cada día frente a mi
ventana y nos invita al desafío de la existencia.
Cuando el hombre, producto del
calentamiento global genera gases de efecto invernadero y la radiación condena
a nuestra aldea global a un estado de crisis que sea irreversible, quizás
tomemos conciencia de la responsabilidad que cada uno debe asumir en este
estado de situación a que nos vemos enfrentados. A este ritmo de contaminación
y emisiones de gases tóxicos, la vida en la aldea global se ve seriamente
comprometida, hoy, dependemos de las decisiones que asuman nuestros líderes
políticos y también de la responsabilidad de cada habitante del planeta.
Mientras los rayos del sol se
despeinan al amanecer sobre mi cordillera blanca hacia el este de mi ciudad, al
otro lado del mundo, comienzan la noche, cuando las estrellas adornan la
inmensidad total y absoluta. Este continuo ir y venir de la noche al día y
viceversa, sin error ni equívoco, nos sitúa ante las más grandes maravillas de
nuestro universo conocido. Estamos conscientes que sin la luz del día la vida
no florece sobre este planeta y sin el descanso al cual invita la oscuridad
tampoco podríamos sustentar la existencia de la vida en la aldea global,
entonces, es perentorio cuidar y resguardar este divino equilibrio manifiesto
por una mente maestra que habita más allá de este mundo real y concreto.
Dicen, el sol persigue, enamorado, a
la luna esquiva, nos demuestra su poder absoluto, cargado de energía, hirviendo
a miles de grados y lanzado energía hacia todos los puntos de la vía láctea.
Estoy seguro que quisiéramos heredar a nuestros hijos y nietos un planeta
habitable, sustentado en la materia cósmica que nos reúne como seres vivientes,
capaces de transformar el universo, facilitar un planeta sustentable, continuar
con la cadena de la evolución, germinar vegetales que pueden ser nuestro
alimento, construir un mejor planeta, en el cual la tecnología y la ciencia realizan
un aporte crucial para optimizar el desarrollo, abandonando la desidia y la
falta de respeto sobre nuestra nave viajera por el infinito.
Cuanto amo al sol, cuanto añoro la
vida por sobre la muerte, cuanto declaro mis pensamientos para que otros puedan
tomar sus propias convicciones y teorías, para que la humanidad valore todo
aquello dado en gracia para nuestra propia evolución.
Si esperamos una convivencia en
equilibrio entre los seres habitantes de este planeta, debemos proteger aquello
que nos permite la vida y el Padre Sol es uno de ellos, aquella estrella
majestuosa que prodiga energía por todos los rincones de nuestro planeta único
y exclusivo.
Vendrán las nuevas generaciones a
poblar la tierra, cada territorio irá cambiando como siempre lo hace, los
países modificarán sus fronteras, los gobiernos se sucederán unos tras otros,
la ciencia descubrirá soluciones impensadas para los problemas complejos o los
cuestionamientos cotidianos de la existencia terrestre y de seguro y lo más
probable nuestro sol estará allí alumbrando nuestro camino y sendero,
obsequiando su vital energía. Demos gracias al cielo ante tal maravilla.
Marcelo Sepúlveda Oses
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