lunes, mayo 01, 2017

EDUCAR A NUESTROS NIÑOS Y JÓVENES

Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 05 mayo 2017
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Si nuestros hijos aprendieran a elegir una vocación, un destino para sus vidas, si se educaran en el amor y el compromiso con otros y su medio social y cultural, si jugaran sin premura, si aceptaran la crítica y la opinión, si fueran rebeldes, pero con justificación, si aprendieran a vivir y convivir en sociedad, de seguro, estaríamos conformes, pues la nueva generación abriría espacios desconocidos para enfrentar la existencia y el compromiso personal con la sociedad en que habitamos.
Es responsabilidad fundamental de la generación adulta educar y formar a quienes les corresponde administrar el espacio futuro sobre la faz de nuestra aldea global, ofrecer oportunidades de crecimiento y desarrollo para niños y jóvenes, estructurar modos de pensamiento, permitir la práctica de conductas, habilidades y destrezas, orientar la vocación según los talentos particulares de los pequeños aprendices, delimitar responsabilidades, someter la voluntad al ejercicio del bien común, elegir alternativas viables ante el caos de la sociedad contemporánea, conformar teorías y un modelo de hombre orientado hacia el progreso.

A ratos, perdemos el rumbo, a ratos, nos irritamos en la decadencia que sufre nuestro mundo, a ratos la guerra, el hambre y la delincuencia parecieran copar los medios de comunicación y esto nos asusta, nos preocupa, pues la humanidad pretende continuar por la senda de hacer más habitable este planeta; entonces, es posible convivir sin producir daño, alcanzar el desarrollo sin destruir el medio ambiente, trabajar para disfrutar el beneficio del tiempo de ocio, proteger al más desvalido, erradicar la mentira y el engaño, disfrutar en la sonrisa del prójimo, guiar a quien requiere apoyo antes de tomar una decisión, ser ejemplo de cordura y mansedumbre, vitalizar la sana convivencia, argumentar cada propuesta y delimitar responsabilidad de acuerdo

Hubo un tiempo, en que todo parecía posible, éramos intrépidos y descorazonados, aceptamos desafíos sin mediar angustia, la primera edad de la vida nos conducía sobre el descubrimiento, atrapar la lluvia en un recipiente, dormir sin sobresalto, aguantar cada desafío como si fuera la primera alternativa, desechar opciones, recurrir a la paciencia, desplegar un arcoiris entre las nubes, señalar el futuro como un tiempo difuso entre la maraña del universo  casi desconocido.

Cuando la música suena en la radio, cuando las noches se hacen esquivas, las miradas un oportunidad de conocer al otro y el ruido de la calle un tumulto apremiante, debemos respetar cada etapa del desarrollo en la vida humana: Nacer, crecer, desarrollarse, reproducirse y morir, regla perentoria para todos sin excepción, por tal siempre debemos estar alertas y preparados.

Jesús, el Cristo dijo: “Dejen que los niños vengan a mí” por lo cual, hoy, quienes estamos a cargo de nuestros discípulos debemos otorgar las mejores oportunidades de experiencia y aprendizaje a esta nueva generación que deberá resolver los conflictos de la nueva sociedad.

Nosotros, adultos, caminamos hacia la muerte con mayor premura y nuestra labor prioritaria se concentra en el proceso de enseñanza aprendizaje, aunque no sólo en la escuela, sino, más bien, en el hacer del día a día de nuestra relación con niños y jóvenes. Quizá, vendrán tiempo de cordura y optimismo, tiempos de comunión y encuentro, la tierra será un paraíso y un vergel para todo hombre de buena voluntad, vitalizar la familia como el núcleo fundamental en la formación del individuo, una oportunidad de elegir cada sendero de existencia como una primicia en nuestro ser.

Nuestros niños y jóvenes, por naturaleza, quieren aprender y descubrir, buscar respuesta a los más variados problemas que la vida gregaria en comunidad nos plantea, descubrir nuevas palabras, jugar en la experiencia, construir hipótesis innovadoras, alcanzar propuestas y teorías, lograr la síntesis en la conclusión de un conflicto, establecer métodos y modelos estructurales, proponer el diálogo como opción válida y el encuentro con el otro como aprendizaje fundamental.

Si atendemos las necesidades e inquietudes de niños y jóvenes, si estamos dispuestos a acompañarlos en su etapa de evolución, podremos anunciar la construcción de una mejor sociedad y un mundo pleno para todos y para cada uno de los miembros de nuestras comunidades. Si destinamos tiempo para acompañar a la nueva generación en su proceso de formación para enfrentar el futuro incierto, nuestra labor de mentores y maestros cumplirá con su objetivo.

Mañana, cuando seamos viejos, alumbrará el planeta la virtud del amor sublime para compartir, sin remordimiento, un obligación cumplida y ejecutada de acuerdo a la sana convivencia y un educación de calidad para todos sin distinción.

Marcelo Sepúlveda Oses

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