miércoles, agosto 31, 2011

AL FINAL DEL ARCOIRIS

Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 29 Agosto 2011
muevomono

Algo se esconde al final del arcoíris. Alguna vez me dijeron que allí encontraría un cofre lleno de dinero. Nunca pude descubrir aquel escondite maravilloso, pero era fantástico resguardar esa creencia popular. Recuerdo a mis abuelos hablar de entierros y tesoros ocultos, algunos ciertos y otros propios de la inventiva popular. Quizás, hoy en día, nos resultaría revitalizador dar rienda suelta a mitos, leyendas o fábulas, secretos protegidos en la memoria colectiva para aminorar el efecto incierto de resoluciones, problemas sociales y efervescencia de masas que reclama (en justicia meridiana) atención.

Con el paso inexorable del tiempo todo cambia, los modelos políticos, científicos de análisis, mentalidades y los sistemas, ellos colapsan, quedan en desuso, obsoletos (en algunas ocasiones) inapropiados para cada época moderna. Así ocurrió con los grandes imperios de antaño: Visigodo, fenicio, griego o romano. Mayas, incas o aztecas en nuestra América. La filosofía se encuentra con nuevos problemas y dificultades del hombre contemporáneo. Las hipótesis se reescriben, las preguntas cambian de sentido, el universo conocido se amplía y la sociedad debe enfrentar crisis permanentes para generar nuevos espacios de convivencia e interacción entre personas, el medio ambiente y los otros reinos, vegetal y mineral.

Así como el pensamiento humano y la inteligencia nos permite cambiar el mundo, en ocasiones, le agredimos y destruimos sin remordimiento, aún sabiendo, conscientemente, que nuestro habitáculo y nave viajera es delicada y frágil, actuamos irracionalmente depredando todo a nuestro paso.

Entonces, miro las nubes blancas viajando por entre un cielo cada vez más azul y me invaden tremendas ganas de vivir, de esperar el nuevo tiempo con ilusión y buena ventura. Siempre hemos avanzado hacia una mejor sociedad, buscamos el bienestar colectivo y/o social, discrepamos con aquellos que levantan una bandera de violencia irracional, desmedida o criminal, pues el hombre no puede cobrar la vida ajena como bien de consumo en beneficio personal.

Junto a la estufa o el fogón nos narraban cuentos fantásticos y nuestra imaginación viajaba y volaba por parajes idílicos o manantiales de agua cristalina escoltados por flores multicolores. Los protagonistas encarnaban siempre valores sublimes de amor, paz y armonía.

Marcelo Sepúlveda Oses

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