Esta semana, hemos recordado uno de los momentos más extremos que nos ha correspondido vivir y que dejó huellas indelebles en nuestra memoria y el espíritu. Desde el 27 de febrero de 2010, internalizamos un concepto nuevo de la vida, una preocupación especial ante eventos impredecibles, violentos y de impacto masivo.
Es sano recordar a las víctimas, aquellos que de improviso fueron atrapados por la muerte, sus familiares y amigos cercanos, atender a las grandes necesidades de reconstrucción que están en marcha y que aún no concluyen. Lamentablemente, siempre quienes más se ven afectados son los pobres y humildes de nuestra patria, para ellos vaya mi reconocimiento y apoyo solidario, que no flaqueen en el empeño de superar la pérdida y se puedan reconstruir así mismos y sus bienes materiales destruidos, darse una oportunidad de enfrentar los problemas y conflictos como una etapa de crisis que fortalece y potencia nuestra capacidad de rearmarse para comenzar de nuevo.
Nada será igual, quizá, hoy día, estamos más preparados para enfrentar catástrofes y eventos devastadores como lo fue el gran terremoto. Deberemos estar atentos, y predispuestos a afrontar momentos de crisis y grandes cataclismos, de la experiencia tomamos notas, evaluamos aciertos y errores, coordinamos planes de emergencia y superamos estados de angustia que afectaron a todos por igual.
Invocamos la memoria de nuestros coterráneos fallecidos, quitamos los escombros, levantamos casas, edificios, carreteras y hospitales, nos volvemos a dar una nueva oportunidad de vida, trabajamos sin descanso para recuperar lo derrumbado, pero debemos asumir consciencia que en esta vida nada es seguro ni eterno, que en un abrir y cerrar de ojos, todo, sin excepción, puede ser modificado, sacudido desde los cimientos, sacudido con la fuerza y furia impresionante de la naturaleza.
Los niños vuelven a jugar, ellos enfrentan con mejor ánimo el futuro y superan el desánimo, el miedo y el dolor con mayor facilidad; pronto volveremos al colegio e intentar buscar y aprender nuevos conocimientos y destrezas, guardaremos en los libros los detalles de esta descomunal tragedia.
Este recuerdo debe hacernos considerar nuestra fragilidad e indefensión, somos extremadamente vulnerables y sometidos a los misterios de un planeta que no podemos controlar, que maneja sus propios códigos y nos sorprende periódicamente.
Sólo nos resta aspirar a una vida trascendente, un algo después de la muerte ante un ser superior que nos gobierna y dirige el tránsito del universo. Es dable purificar el alma, reconocer las energías y fuerzas superiores a la capacidad humana de conocimiento. No depredar el medio ambiente natural para resguardar nuestro hábitat.
El terremoto nos cambió la vida y debemos descubrir los valores espirituales que anuncian un mejor futuro y una existencia sustentable. Superemos nuestros miedos y estemos atentos, pues en cualquier momento la naturaleza vuelve a rugir sin compasión.
Marcelo Sepúlveda Oses
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