Hoy deseo hablar del amor y no cualquier tipo de amor, pues millares pueblan el planeta, de hijos, de padres, a la tierra, a Dios, a los amigos y tantas y tantas formas de amar. Amigos, les invito a intentar adentrarnos en el intrincado tema del amor de pareja.
En nuestro tiempo moderno, hemos ido adaptando las relaciones de pareja, sobre todo a las necesidades personales, a los apetitos sexuales, al encuentro fortuito y casual, sin respeto por el otro, validando la infidelidad, el engaño y la traición. Atrae fuertemente mi atención el hecho que en mi Liceo de Retiro tenemos un promedio de 11 adolescentes embarazadas y por tanto 11 niños que llegan a este mundo sin la posibilidad de cubrir certeramente todas sus necesidades. Además, probablemente, un número importante de niñas pierden o atentan contra sus embarazos no deseados. El Estado y las instituciones públicas y privadas han trabajado con esmero en la prevención del embarazo juvenil y cuando este ocurre, otorgar condiciones a aquellas niñas para poder hacerse cargo de su labor de madre. Este no es el ideal, pues para cada edad existe un propósito y para cada responsabilidad una edad.
Amar en pareja es una tarea difícil, compleja y además delicada. Cuando decidimos constituir un matrimonio y asumir la responsabilidad de conformar una familia, en la mayoría de los casos, tomamos una decisión libre y soberana. Estamos ciertos que a través del paso de los años las condiciones y circunstancias de una vida en pareja van cambiando, como cambian todas las cosas, descubrimos al otro en su formación socio-cultural, moral, religiosa y valórica, debemos aprender a tratarnos y aceptarnos tal cual somos sin intentar transformar al otro, sí quizás influir, de alguna manera, en su forma de ser. De hecho, cuando las parejas ya son adultos mayores y han cumplido las bodas de oro, impresiona el nivel de complementación a que ellos pueden llegar, entonces efectivamente constatamos que el uno no puede vivir sin el otro y de común, ambos parten de este mundo con muy poca diferencia temporal. Alguna vez escuché: “La abuelita se murió de pena.” Pero estos son algunos casos, la vida en pareja, hoy por hoy, se dificulta sobremanera.
Sería pretensioso de mi parte dar lecciones u ofrecer una cátedra sobre el amor humano, pero la experiencia personal ayuda a dar luz sobre determinadas materias, amar debe ser dejar de ser uno mismo para aceptar ser una pequeña comunidad, asumiendo este arquetipo, podemos ponernos de acuerdo, dejar de hacer aquello que al otro ofende o molesta, preocuparnos de ser amado en sus necesidades más íntimas, escucharnos, planear el futuro juntos, criar a lo hijos, hacer el amor como signo de entrega y afecto, pero también como una búsqueda de placer sensorial y disfrute de la sexualidad.
Es preocupante darnos cuentas del poco o nulo compromiso que los jóvenes y los no tanto también, asigna al pololeo y el matrimonio o la vida en pareja. Hoy estoy contigo y mañana con otra, juntarse en una fiesta, atraerse físicamente, tener sexo y mañana ni me acuerdo, ni te he visto. Es probable que alguien encuentre adecuada esta forma de asumir las relaciones de pareja, pero en nuestra sociedad, está reñido con el acuerdo tácito que asumimos, con la búsqueda de la persona ideal para formalizar un compromiso mayor, que vendría siendo el pololeo y la propuesta de matrimonio que nace y se fundamenta en el concepto de “para toda la vida,” aunque quizá no podamos cumplir cabalmente esta premisa y se produzca el divorcio, pero dimos un buen intento y nunca planeamos la ruptura a priori.
Este es un tema de difícil argumentación y nadie puede sentirse dueño de la verdad absoluta. Amemos con entrega, compromiso, fidelidad y respeto por el otro; la familia, bajo el amparo de cualquier forma, encarna la tarea meridiana de educar a las nuevas generaciones y si la pareja se ama, los niños y adolescentes aprenderán a amar.
Marcelo Sepúlveda Oses
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