Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 24 julio 2017

El
real sentido de la vida es difícil identificar y definir, somos seres de paso
en un planeta particular que convive en un equilibrio perfecto, donde las
condiciones de vida dependen de múltiples factores, en ocasiones, inmanejables,
pues no dependen de nuestra voluntad o necesidad de enfocar nuestro intelecto.
Vivimos
en relación a otros seres de la misma especie que nos reconocen como tales, por
tanto la inteligencia y el conocimiento son un factor imprescindible para
nuestra existencia, seres en interpelación con otros en todos los planos de la
existencia.
Queremos
dominar el planeta, en ocasiones, sin guardar respeto por sus condiciones
especiales, agredimos la naturaleza y el medio ambiente, contaminamos nuestra
atmósfera, delinquimos, despreciamos la vida y tomamos partido en guerras
fratricidas que solo aspiran a desarrollar poder, dominio y control.
Admiramos
la inmensidad del universo y queremos viajar a planetas distantes, buscamos,
afanosamente, un lugar donde emigrar cuando la vida sobre la tierra sea
insostenible, colonizar otros mundos, dominar la técnica y la tecnología que
nos asegura nuevos descubrimientos, enseñamos a nuestros estudiantes el
conocimiento racional en diversas materias, pero no explicamos los valores
trascedentes que todos debemos practicar, somos una colonia destructora,
violenta y despiadada, por tal, aspirar al amor, la solidaridad y el compromiso
con el más desvalido, es una necesidad imperativa,
cuidar el agua y los recursos naturales no renovables, respetar al prójimo y
por sobre todo, permitir la paz en cada rincón del planeta.
Somos
trotamundos en busca de un destino incierto y fugaz, elegimos la discordia para
resolver conflictos, la agresión sin misericordia para obtener cada propósito
personal y no validamos el bien común y la paz como acuerdo marco de un
sociedad moderna y evolucionada.
Estamos
a pasos de la hecatombe, los misterios de la existencia divagan entre el bien y
el mal, no resguardamos la pureza prístina de los niños, sino más bien les
conducimos a través de la vida, según los modelos que la generación adulta
impone con total displicencia, creemos, siempre tener la razón, discutimos para
defender puntos de vista, en ocasiones, perversos, somos presa de la ira y
coartamos las posibilidades de crecimiento que todo infante merece por su
condición humana, racional y terrestre.
Estamos
al final del sendero, de no mediar cambios sustantivos en el modo de
interactuar con el planeta tierra y todos los miembros de nuestra comunidad, el
colapso y la destrucción harán presa de nuestra sociedad habitando la aldea
global dada en gracia para nuestro bien existir.
Siempre
nos encontramos con hechos que sorprenden, el nacimiento de un nuevo ser
humano, la virtud de un maestro, el compromiso de alguien que desea ser
solidario como una opción de vida, satisfacer las inquietudes de un niño que
comienza a aprender, dar libertad para poder elegir el mejor camino, la
santidad de quien hace el bien sin miramientos, el compromiso del hombre que
realiza su trabajo, la protección de una madre y el servicio público de quien,
desinteresadamente, se dedica a la política en beneficio de la población a la
cual representa.
Aún
hay tiempo para transitar por el buen sendero del bien, aún hay personas que
abandonan sus propios intereses para defender el interés del otro.
Juntos
construyamos una mejor sociedad, juntos pongamos en práctica las virtudes
inherentes a una opción de vida donde el otro es centro vital de atención,
seamos justos y equilibrados en el trato con el semejante, seamos capaces de
reconocer logros y aciertos de quien está a nuestro lado, erradiquemos la
mentira, el robo y el asesinato, cuidemos sobre manera a nuestros niños y
jóvenes para que sean hombres y mujeres que conduzcan este mundo al éxito y la
concordia, admiremos las maravillas que ofrece este planeta tierra, el color en
el arco iris, la nieve blanca de la cordillera, el canto de las aves, el
jugueteo de las nubes cuando se acerca la lluvia, la placidez del viento sur,
el hermoso azul turquesa de nuestro océano, la impresionante luna llena que se
refleja sobre el lago, la omnipotencia de una araucaria en el bosque fecundo,
el llanto de un recién nacido cuando quiere su alimento, las notas cristalina
que desprenden las cuerdas de un violín, el caer de la tarde cuando se anuncia
la noche o el despertar impresionante
del sol al clarear la mañana.
Somos
seres de paso, errantes vagabundo que buscan un final cuando se aparece la
muerte, que dejamos huella a nuestro paso, que heredamos la tierra a quienes
viajan más atrás y que dormimos, plácidamente, después de una agotadora jornada
de trabajo.
Somos
el fin último de una sociedad que aspira al bienestar y la armonía para cada
hombre y mujer de buena voluntad.
Marcelo Sepúlveda Oses
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