Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 05 mayo 2017

Si nuestros hijos
aprendieran a elegir una vocación, un destino para sus vidas, si se educaran en
el amor y el compromiso con otros y su medio social y cultural, si jugaran sin
premura, si aceptaran la crítica y la opinión, si fueran rebeldes, pero con
justificación, si aprendieran a vivir y convivir en sociedad, de seguro,
estaríamos conformes, pues la nueva generación abriría espacios desconocidos
para enfrentar la existencia y el compromiso personal con la sociedad en que
habitamos.
Es responsabilidad
fundamental de la generación adulta educar y formar a quienes les corresponde
administrar el espacio futuro sobre la faz de nuestra aldea global, ofrecer
oportunidades de crecimiento y desarrollo para niños y jóvenes, estructurar
modos de pensamiento, permitir la práctica de conductas, habilidades y
destrezas, orientar la vocación según los talentos particulares de los pequeños
aprendices, delimitar responsabilidades, someter la voluntad al ejercicio del
bien común, elegir alternativas viables ante el caos de la sociedad
contemporánea, conformar teorías y un modelo de hombre orientado hacia el
progreso.
A ratos, perdemos el
rumbo, a ratos, nos irritamos en la decadencia que sufre nuestro mundo, a ratos
la guerra, el hambre y la delincuencia parecieran copar los medios de
comunicación y esto nos asusta, nos preocupa, pues la humanidad pretende
continuar por la senda de hacer más habitable este planeta; entonces, es
posible convivir sin producir daño, alcanzar el desarrollo sin destruir el
medio ambiente, trabajar para disfrutar el beneficio del tiempo de ocio,
proteger al más desvalido, erradicar la mentira y el engaño, disfrutar en la
sonrisa del prójimo, guiar a quien requiere apoyo antes de tomar una decisión,
ser ejemplo de cordura y mansedumbre, vitalizar la sana convivencia, argumentar
cada propuesta y delimitar responsabilidad de acuerdo
Hubo un tiempo, en que
todo parecía posible, éramos intrépidos y descorazonados, aceptamos desafíos
sin mediar angustia, la primera edad de la vida nos conducía sobre el
descubrimiento, atrapar la lluvia en un recipiente, dormir sin sobresalto,
aguantar cada desafío como si fuera la primera alternativa, desechar opciones,
recurrir a la paciencia, desplegar un arcoiris entre las nubes, señalar el
futuro como un tiempo difuso entre la maraña del universo casi desconocido.
Cuando la música suena
en la radio, cuando las noches se hacen esquivas, las miradas un oportunidad de
conocer al otro y el ruido de la calle un tumulto apremiante, debemos respetar
cada etapa del desarrollo en la vida humana: Nacer, crecer, desarrollarse,
reproducirse y morir, regla perentoria para todos sin excepción, por tal
siempre debemos estar alertas y preparados.
Jesús, el Cristo dijo:
“Dejen que los niños vengan a mí” por lo cual, hoy, quienes estamos a cargo de
nuestros discípulos debemos otorgar las mejores oportunidades de experiencia y
aprendizaje a esta nueva generación que deberá resolver los conflictos de la
nueva sociedad.
Nosotros, adultos, caminamos
hacia la muerte con mayor premura y nuestra labor prioritaria se concentra en
el proceso de enseñanza aprendizaje, aunque no sólo en la escuela, sino, más
bien, en el hacer del día a día de nuestra relación con niños y jóvenes. Quizá,
vendrán tiempo de cordura y optimismo, tiempos de comunión y encuentro, la
tierra será un paraíso y un vergel para todo hombre de buena voluntad,
vitalizar la familia como el núcleo fundamental en la formación del individuo,
una oportunidad de elegir cada sendero de existencia como una primicia en
nuestro ser.
Nuestros niños y
jóvenes, por naturaleza, quieren aprender y descubrir, buscar respuesta a los
más variados problemas que la vida gregaria en comunidad nos plantea, descubrir
nuevas palabras, jugar en la experiencia, construir hipótesis innovadoras,
alcanzar propuestas y teorías, lograr la síntesis en la conclusión de un
conflicto, establecer métodos y modelos estructurales, proponer el diálogo como
opción válida y el encuentro con el otro como aprendizaje fundamental.
Si atendemos las
necesidades e inquietudes de niños y jóvenes, si estamos dispuestos a
acompañarlos en su etapa de evolución, podremos anunciar la construcción de una
mejor sociedad y un mundo pleno para todos y para cada uno de los miembros de
nuestras comunidades. Si destinamos tiempo para acompañar a la nueva generación
en su proceso de formación para enfrentar el futuro incierto, nuestra labor de
mentores y maestros cumplirá con su objetivo.
Mañana, cuando seamos
viejos, alumbrará el planeta la virtud del amor sublime para compartir, sin
remordimiento, un obligación cumplida y ejecutada de acuerdo a la sana
convivencia y un educación de calidad para todos sin distinción.
Marcelo Sepúlveda Oses
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