Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 18 octubre 2016
La noche tibia y serena invita al
descanso, el hogar es nuestro espacio sacro y bendito, allí donde la armonía y
la paz deben ser un estandarte, donde la convivencia y el encuentro facilita
nuestra armonía y concordia, pero al mirar por la ventana, al darnos cuenta de
lo que ocurre a nuestro alrededor, la nostalgia y la misericordia nos conduce a
reconocer a nuestros hermanos que habitan en la intemperie, sin un lugar para
construir una familia, para disfrutar de la calidez de una residencia.
Es sano hacer notar que muchos
coterráneos no disponen de un hogar donde descubrir el relajo y la calidez de
un espacio apropiado para nuestra habitación. No dejemos pasar nuestra mirada
sin tomar atención en esta realidad, visualizar al pobre, desvalido y
necesitado, sean niños, adultos o ancianos, todos, sin distinción, requieren un
lugar donde habitar.
Hoy, son miles los desvalidos, los
sin hogar, sin alimentación diaria, abandonados por la sociedad en la cual
vivimos, desamparados, mendigos que sobreviven de la caridad y de algunos
centros que los acogen, pero no podemos desconocer nuestra responsabilidad.
Como dijo Jesús, lo que haces con ellos, los desvalidos, se lo hacen al mismo
Dios, quien desea y procura la atención de todos, incluso de los hermanos
menores, aquellos que no aparecen en las encuestas asistenciales, quienes no
disponen de recursos económicos para sobrevivir.
Regala de tu pan un pedazo, sé
solidario y caritativo, escucha sus necesidades, atiende sus reclamos, ofrece tu
ayuda solidaria, obsequia una sonrisa, mitiga su dolor y frustración,
preocúpate de sus requerimientos, ellos están allí, existen a nuestro
alrededor, no reclaman, no tienen voz ni voto, van a la diestra del camino,
tirados a la berma, llorando en silencio, aguardando la misericordia del
prójimo, anhelando un mejor pasar en la vida para que el sol de primavera
ofrezca una oportunidad de calidez y resguardo.
Amigos, no olvidemos al que está en
desgracia solo por los avatares de la existencia humana, pues la casualidad le
ha asentado desgracia y miseria, miseria que debe alumbrar nuestro espíritu
para acoger, santificar y ser misericordiosos, para tender una mano de auxilio,
para obsequiar un tantito de preocupación.
Siempre que una mano nos requiere y
necesita debemos ayudar y ser caritativos, siempre que vemos la desventura y el
abandono, regalar encuentro y compañía, el otro, quien es nuestro hermano, el
que sufre y se duele en la desgracia, quien espera ser parte integral de una
sociedad donde todos, sin excepción, somos necesarios. Todos tenemos un lugar
asignado en el entramado social, nadie sobra en este mundo y debemos hacerlo
notar.
Entonces, el pobre y el humilde,
aquel que transita por la vida aguardando la solidaridad de quienes por ventura
disponen de un mejor pasar económico y social, aquel quien requiere ser
visualizado por hombres y mujeres que transitan a su lado, que espera una palabra de aliento en la desventura, una ayuda
solidaria para mantenerse en pie, un mísero vaso de leche a medio servir, un
tiempo para el ocio y el descanso, poder soñar con los colores del arco iris,
con la tibieza del sol primaveral, la nieve de la cordillera y el arrullo del
océano en la playa, aquel quien recuerda con nostalgia el tiempo pasado que de
seguro fue mejor.
Regala una sonrisa, una palabra
cortés, un minuto en tu tarea cotidiana, escuchar atentamente, el reclamo del
mísero y desprotegido en nuestro mundo moderno que se vanagloria en el
desarrollo y el crecimiento económico de una sociedad capitalista donde unos
pocos reciben lo que otros muchos añoran.
Estimados lectores, miremos al borde
del camino, atendamos la injusticia, seamos solidarios y caritativos con
nuestros hermanos necesitados.
Marcelo Sepúlveda Oses
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