Me ha llamado, poderosamente, la atención, que el mercantilismo y la oferta comercial actual en Chile de hoy, ya, desde hace varias semana, expone en sus vitrinas artículos y suntuarios referidos a la celebración de la Navidad. Adornos, regalos, luces, arbolitos de pascua y tantos más.
Niños pequeños y otros no tanto, se quedan estupefactos antes las maravillas que ven sus ojos. Recurren, algunos, al Viejito Pascuero, le escriben cartas, en ocasiones sus primeras letras aprendidas con dificultad, justificando portarse bien y ofreciendo buenas obras en el futuro; otros, buscan a sus padres, están conscientes que los adultos son colaboradores directos del Viejecito. También están aquellos que no disponen de estas alternativas mencionadas y observan las vitrinas resignados a su suerte adversa, ligada, fundamentalmente, a las carencias económicas de que son víctimas.
Este estado de situación impresiona, por decir lo menos. Hemos asignado valor comercial al acto de amor sublime que Dios ofrece al mundo cristiano, el nacimiento de su Hijo Jesús. No estoy en desacuerdo con la práctica de regalar, a los seres más queridos y cercanos, algún objeto que demuestre nuestro cariño y aprecio, considero incorrecto situar como centro meridional de la celebración de Pascua, los adornos, regalos y chucherías propias de esta época, llegando al extremo de solicitar créditos y ofertas de dinero plástico para cubrir tantas necesidades y compras.
Debemos considerar que el eje fundacional de esta fiesta religiosa se concentra en el nacimiento de Jesús pobre y humilde en un pesebre. Tal es un signo de austeridad, de recogimiento, oración y esperanza de una vida mejor.
Más aún, usar un pino como adorno de navidad y agregarle nieve, cuando el clima apunta unos 30 grados de temperatura, me parece inadecuado, por señalar lo menos. Reconozco ocupar en casa los elementos accesorios que enumeramos, pero es urgente distinguir rangos de importancia…
En años anteriores, me he referido al mismo tema, quizás puede ser una gota navegando el inmenso mar, remar contrario al viento, desconocer una de las definiciones más recurrentes en esta época y sociedad en que vivimos, el libre mercado y el capital.
Argumentar nuestro propósito asume razón y sentido cuando nos hace tanta falta preocuparnos por los pobres y humildes del mundo, allí donde las balas y los bombardeos no paran durante las fiestas, atender a nuestros compatriotas sin hogar, víctimas del terremoto, meditar que cientos y miles y millones no tendrán cena de navidad; por tal, algo deberemos hacer para mitigar en parte los terribles dolores del planeta en que vivimos, de hombres y mujeres en búsqueda de un futuro más feliz...
Antes de navidad, el 2 y 3 de diciembre habrá Teletón, le piden a todos aquellos de buena voluntad que seamos solidarios, caritativos y participantes activos de esta importante institución; pero, de nuevo se nos aparece el fantasma del negocio, el mercadeo y las ganancias extremas de las grandes empresas, elemento agregado de una cruzada absolutamente necesaria y eficaz, pues podemos conocer directamente sus resultados en los niños y jóvenes rehabilitados.
Amigos y amigas, no dejemos que el comercio y el mercado no nos permitan ver el sentido profundo e inherente de la Navidad o la Teletón, asumamos conocimiento de los valores trascendentales que encarnas ambos eventos: Los $ 100 que un niño dona a la Teletón, quitándoselo a su colación del día, vale mucho más que los millones que entrega la gran empresa en un acto televisivo que pretende, implícitamente, publicidad y reconocimiento público. Un chocolate para la mamá vale más que un refrigerador nuevo. Lo que debemos procurar es descubrir el amor como sentimiento que se manifiesta en la bondad, misericordia, templanza y todos y cada uno de los valores de nuestra sociedad, ya que, también en su definición de principios destaca: Sociedad occidental cristiana.
Marcelo Sepúlveda Oses
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