Esta vida es tan breve que no vale la pena irse peleando con todos a su paso, llorando por las frustraciones de cada día, reclamando de mala suerte, manteniendo envidia y rencor en el espíritu, ofendiendo a quienes piensan distinto, mendigando atención cuando a otros no les importan mis logros y éxitos. La existencia humana es tan breve que debemos amar cada circunstancia y disfrutar de cada acontecimiento. Mirar la naturaleza con los ojos del alma, elegir a los amigos de entre aquellos más nobles, atesorar valores superiores que prodiguen esperanza, armonía y calma.
Entonces, me encanta escuchar el ruido del agua que desciende por entre las piedras del río, la majestuosidad abrasadora en el campo extenso donde la simiente espera madurar bajo los tibios rayos del astro rey, observar la paciencia sublime de un niño inventando el universo donde habita. Preguntar por qué las cosas son como son, hacia donde caminamos como especie y raza humana, dónde concluye el universo o si es cierta su infinitud.
Disfruto las palabras pronunciadas por mis coterráneos en los lugares de uso público, el mercado, la plaza de Armas o las calles de mi ciudad. Me entusiasma descubrir la noche despejada donde las estrellas parecen luciérnagas distantes que me alumbran el sendero.
Amo los ojos claros de una mujer, aquellas miradas de improviso, la sonrisa amplia en sus labios y su compañía sutil de cada día, amo la lluvia de invierno, truenos y relámpagos, amo el sur de Chile aquí donde habito cargado de esperanza y cielo cristalino. Amo la experiencia, la sabiduría en los libros, la conciencia en los abuelos, sus historias de aparecidos, las sabias palabras que algún día me han dicho.
Me encanta la noche clara donde la luna inunda su brillo, los proyectos juveniles, la fuerza de la tierra que me convierte en elegido, elegido para recolectar palabras, sentimientos aún sencillos que se acurrucan inocentes a la berma del camino. Me encanta el vértigo de las cumbres más altas en mi cordillera donde huemul y cóndor se esconden de la bala mortal y el puñal asesino, me encanta aquel blanco tan purpurino sembrado por la mano de Dios sin duda ni litigio.
Amo una sonrisa sin cavilación, compartir el mate amargo, la tortilla de rescoldo, el mote o la chuchoca, los choclos cocidos, el pernil y las prietas, un buen asado con los amigos.
Amo el sabio consejo, la pregunta inocente del desvalido, compartir la miseria en la mediagua para algún día erradicar la pobreza, educar a los niños, ellos serán muy pronto los santos elegidos.
Amo los versos de Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor y el otro Pablo, Vicente y todos los poetas que escribieron con vigor desde esta tierra escondida casi al final del mundo.
Deseo un país más justo donde cada quién disfrute lo suyo: Los Padres el respeto de sus hijos, niños y jóvenes el derecho a estudiar, las madres compañía y reconocimiento ante cada sacrificio, el mendigo pan y abrigo, cada trabajo un justo sueldo, cada sueño un feliz suceso.
Regalo toda emoción escrita en cada verso, mis mejores deseos, este caminante en senderos secretos donde la paciencia es un buen consejo, la templanza doctrina, el ejercicio y práctica señal de futuro y éxito.
Amo dormir cansado, señal de trabajo y esfuerzo, concluir el día con algún acierto, descubrir que en algún lugar de este inmenso universo descansa gente buena que me resguarda algún aposento.
Amigo, olvida las malas palabras y los malos sentimientos, así guardarás intereses en algún otro cielo.
Marcelo Sepúlveda Oses
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