lunes, febrero 06, 2017

NOCHE ABIERTA Y EN SILENCIO DE VERANO

Recibido de Marcelo Sepúlveda Oses el 06 febrero 2017
fotomarcelo

Admiro el cielo estrellado en una noche abierta, mientras el rumor del silencio acompaña la inmensidad, el dulce sabor de la miel, la mirada profunda del mendigo en la tragedia de su necesidad, el descanso a media tarde y la luminosidad de un buen deseo.

Ir por la vida poniendo atención a los hechos trascendentes y aquellos menores acontecimientos, el tránsito regular de la galaxia en el inmenso universo, la lejanía de los astros que giran más allá de nuestra posibilidad de comprensión, ofrecer sonrisas, regalar fe, esperanza y caridad, dormir en el placer de los sueños, escuchar la voz de quienes resguardan la experiencia y la sabiduría, meditar el presente como una oportunidad de vida, despejar nuestra mente de ira, malos deseos y odio despiadado. Escudriñar la razón desde la pequeñez de cada existencia, velar por el bien común y defender la libertad como bien preciado.

En la noche de pleno verano, las estrellas como que nos giñan cómplices y juguetonas, se prenden y se apagan, están sembradas en el espacio como girasoles amarillos, un panal de abejas que no descansa; la luna no descuida su rostro, se maquilla coqueta frente a su viaje sempiterno alrededor de la aldea global para dirigir el tránsito de las mareas y hablar de siembra y cosecha con el hombre campesino.

No me quiten el placer de escuchar la noche, de imaginar mundos lejanos en dimensiones desconocidas, de apagar la luz en la tierra para descansar del bullicio en la calle, amar sin recelo y confiar en quien habita a mi lado. Dejen cantar a los grillos, ladrar a los perros, el rumor de la lejanía y la esperanza de un amanecer pleno de sol radiante. No me quieten las palabras, ni el eco de mi voz junto al estero debajo de la sombra de los sauces, no me quiten la plenitud de la vida sobre este planeta único y exclusivo.

Anoche, vi el carruaje de luz de una estrella pasajera, quizás apagándose tan lejos que no puedo proponer una distancia; entonces, apagué el teléfono celular y esperé, esperé algo desconocido, extraordinario, pero la noche continúo en silencio como si no le importara hablar. Desprendí una lágrima cual caracol en viaje infinito, busqué a mis difuntos más queridos, si es que existen en alguna parte, pero no hubo respuesta, sólo silencio absoluto y estrellas.

Recibí una bendición, aguardé misericordia, desplegué notas en mi guitarra y escribo estas notas para no olvidar mi lugar en el universo, en el aquí y ahora frente a mis montañas, entre árboles añosos cuando el amanecer se acusa sin pausa.

Cristales rotos en el suelo, quizás el último cigarro, sílabas en busca de palabras, enamorados en cada beso y un pregón lejos y a la distancia.

Mañana será un buen día y vendrá otra noche y así, en el eterno péndulo del universo que no se apaga en la ecuación perfecta del viaje de la tierra alrededor del padre sol. Deja tus huellas sobre la arena, escribe tu nombre en marea alta, acompaña a la luna en su viaje nupcial, atisba los ecos desde tu noche secreta y exclusiva, escarba los recuerdos y camina,  a paso firme y constante, hacia un futuro pleno, pues la vida no nos pertenece, pero debemos vivirla.


Por tal, amo Retiro y amo Parral, aquí las noches son brillantes y luminosas, quietas en la pausa del descanso, inspiradoras para los poetas, amenazantes para los niños cuando imaginan animales prehistóricos en los rincones o pequeños amigos imaginarios. Amo la tierra y mi gente, pero ante todo, una noche estrellada.

Marcelo Sepúlveda Oses

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