Nuestro mundo y sociedad, en el marco del desarrollo vertiginoso a que nos vemos enfrentados en la época actual, en parte, producto de la evolución científica y tecnológica, deja escaso margen para recordar y decantar, mesuradamente, los acontecimientos y hechos que conforman la convivencia social y los procesos naturales que vivimos. Por tal, hoy me quiero referir al recuerdo, casi imborrable, del terremoto acaecido el 27 de febrero de 2010. Debemos guardar memoria y proponer experiencia para cuando la naturaleza nos vuelva a sorprender de improviso. Cuando buscamos un análisis detallado y eficaz de tal evento crucial, quizá, extraviamos la mirada y podemos situarnos en una perspectiva crítica y demoledora o una visión simplista y negativa sobre lo obrado bien o mal, lo cual provoca discrepancias, conflicto y una evaluación carente de objetividad y rigurosidad.
Creo, debemos acuerdo absoluto, que habitamos en una superficie terrestre de naturaleza sísmica constante y que años más, años menos, volveremos a cohabitar con un nuevo terremoto de magnitud meridiana con el ya vivido. Este debe ser, a mi entender, el punto de partida para cualquier diagnóstico, preocupación o planificación de acciones a seguir.
Si bien, a tres años de la catástrofe, la reconstrucción aún no alcanza al 100% de las pérdidas materiales en infraestructura que es necesario reponer, cada quien puede darse cuenta que vamos bien encaminados y se podrá mitigar el doloroso calvario de cientos y miles de damnificados que aún no poseen una solución definitiva a su problema habitacional. Más aún, la envergadura del proceso de reconstrucción ha movilizado, evidentemente, al sector inmobiliario y todos sus componentes humanos y económicos. Así también, es dable reconocer que el sistema burocrático empantana y demora, en muchas ocasiones, las tareas que se emprenden en esta línea de trabajo.
Al daño material, real y perfectamente cuantificable, debemos suponer, los daños colaterales y sustantivos de tal acontecimiento. Existe un deterioro emotivo, sensible y sicológico para nuestra población. Sufre quien perdió a un ser querido durante el terremoto, sufre la familia, hay dolor y nostalgia que se agolpan en nuestra memoria, es un mal recuerdo del cuál difícilmente podremos deshacernos, que está allí y debemos ayudar a superar.
La experiencia nos conduce por dos caminos, a lo mejor, divergentes, por una parte preparar y otorgar medios económicos y técnicos a las instituciones, de todo tipo, para que podamos enfrentar, de la mejor manera posible, un nuevo terremoto. Es necesario disponer de una red sismológica moderna y efectiva, de capacidad de reacción inmediata y de planes públicos y privados para actuar en el instante adecuado. Es necesario educar a la población, hacer evidente, la posibilidad cierta de otro sismo para que ojalá todos dispongamos de un plan de contingencia adecuado y efectivo. Qué las carencias a que nos vimos enfrentados el 27/F no se repitan, que los errores y desaciertos nos den luces para actuar de mejor manera en una nueva oportunidad. Pero la experiencia, también nos dice, que como sociedad acostumbramos a olvidar muy a prisa, que la memoria colectiva es frágil y que, a pesar del impacto descomunal de la catástrofe después de un tiempo, no tan prolongado, este fenómeno natural es sólo una anécdota en los textos de historia.
Entonces, amigos y amigas, démonos a la tarea de reconstruir, no sólo casas y edificios derrumbados, teatros, mercados y plazas, sino más bien, vayamos a sanar las heridas que se esculpieron a fuego sobre una tremenda ola y cuando la tierra se removió desde sus entrañas.
Quizá, modestamente, acompañar con estas palabras a mis coterráneos que aún habitan en condiciones difíciles, a cada una de las familias que perdieron a uno de sus seres queridos y recordar. No podemos perder la memoria colectiva, para estar preparados, atentos y alertas, pues en cualquier minuto, la tierra, esta frágil franja que nos cobija, volverá a bramar desde las profundidades para proponernos que no existen condiciones humanas que predigan el futuro de esta nave viajera en el espacio infinito.
Marcelo Sepúlveda Oses
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