Durante esta semana, el mundo cristiano, recuerda la pasión, muerte y resurrección del Jesús. Se le reconoce como Mesías, Salvador y Redentor y más aún, como quien actualiza el mensaje de Dios enviado a la humanidad.
Hoy, quisiera referirme a aquellos valores predicados por Jesucristo y su vigencia y aplicación en nuestro mundo moderno. Entonces, “amar al prójimo como así mismo” es una carencia preocupante en esta sociedad. Para alcanzar objetivos, que en lo personal me ofrecen buenos dividendos, actúo sin meditar si mi acción perjudica a otros, si durante el proceso de ejecución de mis planes y proyectos, desplazo, discrimino, ofendo o traiciono a un semejante. Sólo valoramos nuestros intereses personales, a veces, mezquinos y egoístas. Jesús dijo que no viéramos la pelusa en el ojo del otro sin considerar la viga que cubre el propio, de tal modo, a menudo criticamos con acidez los errores de nuestros semejantes sin mirarnos a nosotros mismos en una introspección genuina. A menudo, los otros están equivocados, ellos son los responsables ante cualquier dificultad o problema acaecido en el trabajo, la comunidad o el entorno social. Debemos reconocer que, en reiteradas ocasiones, cada palabra pronunciada con ira y desprecio puede atacar a quien recibe nuestro mensaje o puede generar discusiones, peleas o conflictos interpersonales. Apelamos al respeto por el hermano, aquel ser humano, hombre o mujer, que habita el mismo espacio, que comparte en una particular comunidad o un mismo territorio.
Cristo viene a predicar y anunciar la paz y el amor, la humanidad prefiere la guerra fraticida, el dolor más extremo, la pobreza hiriente en pueblos que mueren de hambre.
Invitamos a convivir, en la comunidad social, a la envidia y el descrédito del semejante, sin importarnos asesinar su imagen como persona y ser social. Exponemos, casi siempre, un personal punto de vista sin mediar las opiniones divergentes, exiliamos a los que piensan distinto y aseguramos a nuestro lado a quien nos adula y engrandece con zalamería.
Jesús propone fidelidad a su mensaje y tarea, aunque las dificultades y el temor asedien su vida; a pesar de los acontecimientos terribles de su pasión, de todas maneras señala: Padre, que se haga tu voluntad. Quizá, hoy, debiéramos aspirar a la voluntad divina, dejarnos acompañar, guiar y ordenar las prioridades sobre la base del ejemplo vivo de Cristo y su apego a la obligación sin reestructurar un plan dependiendo de las circunstancias, el contexto, la presencia y exposición en los medios de comunicación o cualquier otro instrumento que incida en la toma de decisiones o modifique mi proyecto vital.
Mentir en beneficio propio se hace una costumbre válida, el engaño se asume cual costo supeditado a intereses superiores. A ellos invocamos cuando aspiramos a obtener alguna ganancia, pero les desechamos, cual zapato viejo, cuando no me permite beneficio personal.
El ser humano, en este tiempo moderno, ha dejado de reflexionar y meditar, nos falta tiempo, argumentamos. Nuestras vidas transitan a prisa y en el vértigo impetuoso de la modernidad, olvidamos descubrir los valores supremos en el orden preciso del tremendo universo.
La oración, entendida como un acto y acción cristiana de vínculo y gracia divina nos puede ayudar a dar luces entre la errática convulsión del siglo XXI.
Que Cristo resucitado sea un ejemplo y modelo a seguir. Vivenciemos esta Semana Santa como una nueva oportunidad de encontrarnos en el amor de la familia, el respeto en la comunidad y los valores trascendentes del ser humano en nuestra sociedad del mundo occidental. Paz, amor y armonía para todo ser humano, para nuestro planeta y el insondable universo.
Marcelo Sepúlveda Oses
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